
Presente (perfil)
Reciclaje y arte como salvavidas


El domingo más soleado y caluroso de lo que llevamos de primavera lo pasamos recorriendo el barrio de Zorrozaurre. Iniciamos la ruta en los modernos pabellones Nº6, Garabia Aretoa y Zawp, donde nos encontramos con muchísimas personas dispuestas a disfrutar del día libre rodeados de arte. Encontramos gente de todo tipo, todos ellos con una historia que contar y un motivo por el que estar ahí. Había quien se había desplazado hasta allí para ver la obra de teatro que se representaba aquel día en Pabellón Nº6 (“Los Aborígenes, Lorca), había quién -suponemos que animado por la calidad y el precio reducido de los platos- había ido a comer, otros, simplemente disfrutaban de la agradable temperatura en cualquiera de las dos terrazas, ese era el caso de Abdoul Aziz y esta es su historia.
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Abdoul Aziz nació en Medina Thiam (Senegal) en el hospital Abassnau. Medina era un barrio donde había mucho trasiego e inmigración y economía basada en la pesca, era el típico barrio marginal de la capital. Nunca fue a la escuela francesa, como acostumbraban la mayoría de jóvenes. Abodul Aziz estaba destinado a aprender el corán: según la tradición musulmana cada padre de familia elige a uno de sus hijos para introducirse plenamente en el corán, Aziz fue el elegido entre los tres hermanos.
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Aziz compara la enseñanza del corán con la escuela militar, donde se imponía un estilo de vida e ideología específica. En este caso a un niño de 9 años criado en el seno de una familia humilde, miedoso, desconfiado y que no había decidido nada por sí mismo. Tras tres arduos años de estudio en la escuela coránica, un accidente laboral daría un giro de 360 grados a su vida. El joven además de estudiar, trabajaba en los campos de arroz de su maestro Chern U Mar Ly. Una peladora de arroz fue la culpable de la amputación parcial de su dedo meñique mientras trabaja desgranando arroz. Aziz buscó ayuda en la escuela coránica para sanar el maltrecho dedo, pero la situación empeoró: “En la escuela me limpiaban la herida con jabón de polvo, pero el jabón tenía partículas de metal”, las cuales causaron la infección y extensión del virus del tétanos. Para el maestro de la escuela el accidente y la enfermedad contraída por Aziz no significaron nada. El aprendiz debía continuar con el aprendizaje del corán. Aziz se sintió menospreciado, ninguneado, desprotegido, “un enfermo debe descansar, no volver a estudiar”, afirma. Aziz no aguantaba más, se sentía como una máquina, cuya labor era memorizar el corán y además no se le prestaba la atención médica que necesitaba, tenía que volver a su casa y dejar la escuela coránica.
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Un día cualquiera se encontró a dos estudiantes americanas, de las que nunca llegó a saber el nombre. En su cultura eran llamadas corpis, personas que “se casan con tu cultura”, aprendiendo el idioma y las costumbres del lugar. Ellas al ver el dedo infectado y los fuertes dolores que le producía, se apiadaron de él, dándole 5 dólares y recomendándole dejar la escuela coránica, ya que esta no le iba a deparar nada bueno. Con esos 5 dólares comenzó la vuelta al hogar, realizando 500 kilómetros en coche de los 1200 restantes que separaban la escuela coránica y San Louis, donde residía su familia, que se había mudado. Aziz tardó 2 meses en caminar 1200 km a pie. Al llegar a casa no podía ni hablar con su madre, la caminata le trastocó, estaba extenuado. Hoy en día, no puede jugar al fútbol ni correr por el desgaste prematuro que le ocasionó la dura travesía en los cartílagos de sus dos rodillas.
Tras conversas con su padre Marem sobre la razón por la que se encaminó en una travesía inhumana, a este no parecía importarle ni su sufrimiento ni el tétanos, su deseo y convicción era la vuelta a escuela, la vuelta al corán. Aziz no quiso volver, su padre le echó de casa por no perseguir el legado familiar. Su madre le proporcionó 20 dólares para que se desplazase a Dakar, donde vivían varios familiares.
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Cuando te ves en la calle
Para la sorpresa de Aziz, al llegar a Dakar sus familiares viéndole infectado del tétanos lo rechazan, no quieren saber nada de él. Aziz no tiene más remedio que cobijarse en las calles. Tras varias semanas viviendo en la calle, mientras vagaba por las calles de Dakar, dos ángeles le deslumbraron. Se trataba de las dos americanas que en su día le habían ayudado a dejar la escuela coránica. Éstas, al verle le ayudaron internándole en un centro hospitalario. Tras 3 semanas interno, Aziz ya no tenía tétanos, “volvía a sonreír”. Por muy poco tiempo: Dakar era muy pequeño, no tenía a donde ir y las americanas regresaban a su país.
Aziz comenzó a juntarse con gente de su condición: callejeros. “Recuerdo que siempre íbamos detrás de la plaza de gobierno, desde ahí contemplaba la pequeña isla de Gorée, me producía mucha curiosidad”. Pasaban los días y Aziz admite que la droga embalsamo la difícil situación “nos colocábamos tomando disolvente, quería olvidarme de todo”, admite. Fue la etapa en la que tras varios meses Aziz dio pausa a su ajetreada vida y trato de calmarse.
La noche del concierto cultural de Dakar, uno de sus colegas le invitó a pasar a la Isla de Gorée en ferry. Al senegalés le gustó mucho, a la noche siguiente no quiso volver a Dakar y durmió en la playa de Gorée, al raso. Al alba comenzó a recoger los restos de basura que el mar depositaba en la orilla, un comerciante de la zona compró la basura de Aziz por 150 francos. Aquella era la primera vez que ganaba dinero. Tras esta sorpresa se decantó por montar un taller pirata, en el que vendía lo que reciclaba. Conoció a un artista local con el que estrechó lazos, comenzó a visitar galerías de arte y a proteger la naturaleza con un fin artístico. “Llegué a un punto en el que me vi reflejado en la basura, a mí me habían echado a la calle y a la basura también”, para él la basura necesitaba una segunda oportunidad. Una oportunidad como la que a él nunca se le había dado. Aziz pasó a utilizar la basura como instrumento artístico, encontró en el arte la forma dar sentido a una vida difícil cuanto menos.
Tras varios años subsistiendo gracias a las piezas artísticas que vendía a turistas y también como guía turístico, una “amiga” le ofreció viajar a Europa. Después de barajar varias alternativas, la de casarse con ella parecía la única que funcionaría para conseguir los ansiados papeles. Al cabo de unos meses, Aziz ya vivía en Valencía, estaba casado con María del Mar y trabajaba en el campo recolectando naranjas. Su situación personal con su supuesta esposa empeoró. En principio solo contraían matrimonio para que él pudiese vivir en Europa, pero Mar quería algo más. La delicada y compleja situación desencadenó en la ruptura del matrimonio.
Este verano mientras disfrutaba del festival de reggae Rototom Sunsplash, Mariñe, coordinadora bilbaína del festival, le recomendó venir a Bilbao, ya que según Mariñe, existían muchas organizaciones que valorarían su trabajo. Actualmente Aziz reside en Bilbao, exactamente en un taller situado en Uribarri, donde plasma arte. Su rincón preferido es Zorrozaurre, ahí pasa gran parte de su tiempo junto a sus amigos senegaleses y con todo el que esté dispuesto a conocerle. “Aziz es una de las personas más sociables, valientes y auténticas que conozco, vale oro”, comenta Mara Montiel, amiga de Aziz.
Sarean ha sido el último bar y asociación donde se han expuesto sus cuadros. No se conforma con cuatro paredes, también utiliza la calle como sala de exposiciones; necesita sentir el contacto humano. Aziz se siente muy acogido en Bilbao, “la gente se interesa por el arte y por mi vida, he conocido a muchos artistas y buenas personas”, en cierta manera, Aziz se siente como en la casa que nunca tuvo.